Informe de Resultados: Estudio Nacional de Polarizaciones 2025

Votamos por obligación, pero nos escuchamos menos por vocación

Por Cristián Valdivieso, fundador de Criteria

La reinstalación del voto obligatorio volvió a llenar las urnas y, con ellas, regresaron voces y sensibilidades que habían estado fuera del juego. Lo que aumentó no fue solo la participación, sino la diversidad. Y con ella, la necesidad de preguntarse cómo se reconstruye el vínculo entre ciudadanía y política, o cómo se habilita la posibilidad de escucharse mutuamente.

El Estudio Nacional de Polarizaciones 2025, que realizamos junto a la Corporación 3xi, muestra que el país sigue polarizándose. La leve disminución observada el año anterior se revirtió: la polarización entre izquierda y derecha volvió a niveles similares -e incluso superiores- a los de 2023, confirmando que las tensiones políticas se mantienen activas. En paralelo, el indicador de disposición al diálogo bajó de 36 % a 34 %. En síntesis, la sociedad se mueve, pero lo hace hacia posiciones más tensionadas y menos permeables entre sí.

El incremento de la polarización refleja una consolidación de identidades políticas más definidas y, en varios casos, más enfrentadas. Tres de cada cuatro chilenos (76 %) se ubican hoy en el eje izquierda–derecha, un nivel incluso mayor que el observado tras el estallido social. Esa reafirmación ocurre en medio de un clima político más emocional y dispuesto a confrontar que a matizar. Se nota en la conversación pública y también en la propaganda electoral, donde los marcos simbólicos tienden más a oponerse que a dialogar. No se trata solo de intensificación de las diferencias, sino también de una mayor resistencia a reconocer legitimidad en quien piensa distinto.

El voto obligatorio amplió el cuadro, permitiendo conocer las opciones de quienes, siendo parte del país real, no se sentían parte del país político-electoral. No conforman un bloque emergente, sino un grupo heterogéneo que oscila entre el cumplimiento cívico y la distancia afectiva respecto de la política. Su presencia aporta diversidad, pero también agudiza la fragilidad institucional.

Si bien el eje izquierda–derecha sigue siendo útil para ordenar la conversación, no alcanza para explicarla. Por eso el Estudio de Polarizaciones 2025 indagó también en los relatos sobre los que se configuran las miradas ciudadanas.

El estudio muestra que un 28 % de los chilenos, a quienes tentativamente hemos llamado “resignados”, no se sienten parte ni representados por ninguno de los relatos dominantes en la conversación política -Estado, mercado, identidad, autoritarismo, nacionalismo, igualdad, entre otros-. En ellos parece encontrarse buena parte de los verdaderos votantes obligados: ciudadanos que concurren a las urnas más por deber que por sentirse parte de un ethos político colectivo.

Esa desafección no implica apatía. De hecho, mientras más diversidad hay en la oferta, más personas se involucran, aunque lo hagan de forma fragmentaria. El resultado es un espacio político más amplio, pero también más disperso y complejo de administrar: la participación se ensancha, pero el sentido compartido se debilita.

Vista así, la fragmentación y el voto obligatorio traen más diversidad y participación, pero también aparejan el riesgo de agudizar la polarización tribal en tiempos de redes sociales y desconfianza institucional. La suma de fuerzas que empujan hacia los bordes -identidades más rígidas, partidos más débiles y ciudadanía más distante- erosionan la capacidad de representación y dificultan la construcción de mayorías estables. La democracia liberal sigue andando, pero trastabilla en su legitimidad.

En ese marco, la política tenderá a ser más inmediatista y emocional, dejando más espacio para la deslegitimación del otro. Ahí radica el valor de cuidar nuestra institucionalidad democrática que, con todos sus límites, permite procesar las tensiones sin rupturas insalvables. Su fortaleza no proviene de eliminar el conflicto, sino de mantenerlo dentro de las reglas. Las instituciones no garantizan acuerdos, pero mantienen abierta la posibilidad del diálogo.

El riesgo está en perder el sentido de esas reglas comunes. Cuando el voto se transforma en trámite y la política deja de ser representativa, la institucionalidad se vuelve invisible. El voto obligatorio amplía la base democrática, pero también recuerda que sin confianza, la participación no basta para sostener el vínculo.

Chile es y será un país más amplio, más diverso de lo que la preocupación mayoritaria por la seguridad deja ver actualmente. No solo hay grises: hay múltiples tonalidades y relatos que conviven, a veces sin tocarse. El desafío no es reducir esas diferencias, sino aprender a convivir con ellas sin desbordar el marco. Escuchar, comprender y procesar los desacuerdos es posiblemente nuestro mayor desafío de cara a lo que viene: es la condición básica para que la democracia siga teniendo sentido.

Los nuevos votantes moverán que los números. Están moviendo los bordes, las certezas y el modo en que entendemos la representación. Nos recuerdan que la democracia no se mide solo por cuántos votan, sino por cuánto significado conserva ese acto. Y, en medio del movimiento, la continuidad del diálogo sigue siendo la señal más clara de su vitalidad.